Puntualidad y minuciosidad como contracultura
Nuestra alegre, jocosa y jovial idiosincrasia repudia el fastidio de agendar compromisos. Se supone que el don de gentes es suficiente para excusar los impertinentes avisos, siempre disponibles en trabajo remoto, que alguna tarea lleva un determinado y muy específico número de minutos de retraso.
Igual sucede con la minuciosa lectura de la letra chiquita. Atractivos diseños ajustados al eficaz mercadeo siempre ocultarán relevantes detalles, sólo disponibles para quien escudriñe si la oferta es o no engañosa. La letra chiquita es antídoto contra la excitación generada por compras impulsivas.
Es feroz la competencia que nuestras permisivas organizaciones enfrentan contra el resto de la comunidad internacional. No es casual que se anhele un retorno a lo obsoleto, bajo excusa de lo horrenda que se tornó la cultura actual. Evidencia de toda ineficiencia ahora está disponible en memoria, e incide negativamente en la reputación virtual.
No parecemos dispuestos a formar parte de la cultura del conocimiento. Seguimos aferrados a la tradición heredada de cuando éramos felices y no lo sabíamos. Culturas renuentes a la adaptación son socavadas al disminuir nuestra capacidad para ofrecer. Robots superarán a humanos flojos, pero serán vencidos por minuciosa, puntual y genuina creatividad.
¿Dónde queda el balance entre análisis y síntesis? La ajetreada postmodernidad nos exige estar al día con miles de seguidores y cientos de eventos simultáneos. No tenemos claro si las multitareas favorecen, o son meramente agotadoras. La academia reciente suele reducir programas de estudio. Fomentamos así un auge de superficialidad, por no llamarla mediocridad.
Profundizar cualquier tema hoy resulta sinónimo de fastidio, spam e ínfulas de superioridad. En el actual contexto de urgencia absoluta ¿cómo podría un profesor solicitar a sus ocupados alumnos leer más de una cuartilla? Reducir nuestro tiempo de atención a un puñado de segundos por tarea, nos permite otear a nuevas tareas en sucesión infinita.
Nos esmeramos en difundir contenidos cada vez más estrambóticos. Nuestra felicidad, medida como sumatoria de clics en me gusta, ahora depende de decisiones emanadas por algoritmos de realidad virtual. La caída de mercados bursátiles y criptográficos refleja estas contradicciones psicológicas. Hemos estado ocupados construyendo a toda prisa cualquier ocurrencia.
Rigurosidad y profundidad se han establecido como baja prioridad. En ciclos alcistas el análisis resulta tedioso y costoso, mientras la síntesis resulta placentera y lucrativa. Correcciones, recesiones y depresiones buscan sincerar valor. Lo sobrevaluado será castigado, lo que sirve y no era buscado ahora ofrecerá frutos. Las grandes fortunas se forjan en mercados bajistas.
Rubén Rivero Capriles
Caracas, Venezuela
Fotografía Harold M. Cooper, @haroldm.cooper , 40 Grados Bajo el Sol
El Cubo Negro, Chuao